Almagro le hace al imperio el trabajo sucio de restaurar su Ministerio de Colonias
El hombre es, naturalmente, el uruguayo Luis Almagro. Y hasta ahora ha desempeñado la tarea que le asignaron con el empeño típico de los siervos más obsecuentes
Estados Unidos escogió muy bien a su hombre para desarrollar una de las batallas diplomáticas más importantes que tiene pendiente en el hemisferio: resucitar a la Organización de Estados Americanos, en su histórico rol de Ministerio de Colonias.
El hombre es, naturalmente, el uruguayo Luis Almagro. Y hasta ahora ha desempeñado la tarea que le asignaron con el empeño típico de los siervos más obsecuentes.
De este episodio, aún en desarrollo, se puede llegar a una reflexión general: hay aspectos en los que el imperialismo es extraordinariamente hábil y uno de ellos es atacar a los adversarios con cuñas del mismo palo.
Las temibles agencias imperiales, sean estas de seguridad, de información o de lo que sea, entrenan a sus funcionarios para que siempre estudien la manera de destruir desde adentro cualquier organización, gobierno o país que sea considerado enemigo.
En lo interno, siempre han dominado a los trabajadores, a los indígenas, a los negros, a los inmigrantes, a los pobres en general, infiltrando sus organizaciones, generando implosiones, más que explosiones.
En lo internacional, cultivar traiciones ha sido el mecanismo por excelencia para romper procesos revolucionarios o malograr a cualquier gobierno indócil a sus dictados.
La elección de Almagro fue una jugada magistral de EEUU y sus aliados derechistas en todo el continente. El hombre era, en apariencia, una ficha de la izquierda. Había sido el canciller de José “Pepe” Mujica y, como tal, había trabajado en pro de las nuevas organizaciones regionales, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Se esperaba de él una gestión mucho menos sumisa con los poderosos intereses del Norte que la desplegada por sus antecesores, el chileno José Miguel Insulza y el colombiano César Gaviria.
Pero el imperio y sus aliados de la derecha sabían lo que hacían. Conocían mejor al personaje de lo que creían conocerlo los presidentes de izquierda. Incluso, tal vez lo conocían más que el viejo Pepe, quien ahora, avergonzado, ha optado por marcar distancia de él.
Para EEUU y las fuerzas conservadoras, ese Almagro convertido en agente de las posturas más conservadoras y antipopulares vale mucho más que si fuera un líder originario de la derecha. Cínicamente, el imperio y los contrarrevolucionarios se nutren de la legitimidad que le da al abogado uruguayo el tener reputación de intelectual de izquierda y el haber sido miembro del gabinete de un hombre como Mujica, ejemplo de coherencia ideológica y honestidad predicada en el día a día.
Con Almagro de mascarón de proa, EEUU y la derecha continental procuran restaurar el reinado de la OEA como gendarme continental, un modelo que rigió por muchos años (hasta que llegó Chávez y mandó a parar), en el que Latinoamérica y el Caribe se subordinan plenamente a los mandatos de Washington y se alinean con la visión y la misión que el imperio le asigna a su patio trasero.
El plan estratégico de EEUU y las fuerzas pro-gringas de todo el hemisferio es que a la vuelta de unos pocos años, la OEA haya recuperado los territorios geográficos y sociológicos que han logrado arrebatarle hasta ahora la CELAC y a Unasur. Con ese retorno volverá, también, la diplomacia tradicional, la de los señores de frac y pumpá, la de las élites que cuadran todo antes de las cumbres. Y, por supuesto, al volver ese tipo de diplomacia, quedará fuera la que se estaba comenzando a forjar: la de los pueblos
La actitud de Almagro desde que llegó al cargo ha sido de marcada hostilidad contra Venezuela, de intromisión sin sonrojos en sus asuntos internos, en la estructura de sus poderes públicos, y de alianza abierta con los sectores opositores más reaccionarios. Descaradamente intenta que el foco de atención esté puesto en Venezuela, mientras en otros países del hemisferio los pueblos sufren toda clase de privaciones y abusos sin que él haga nada. Recientemente estuvo haciéndole el coro nada menos que a esa pandilla de latifundistas de la comunicación masiva que es la Sociedad Interamericana de Prensa y, en semejante marco, anunció que él, personalmente, trabajará para que a Venezuela se le aplique la Carta Democrática.
Parece que Almagro -por si quedaba alguna duda- decidió demostrar que él es el hombre en el que el imperio ha confiado la tarea de reposicionar a la OEA como Ministerio de Colonias. Se resolvió a comprobar que es el sujeto apropiado para restaurar la diplomacia artificiosa, sifrina, antipopular y de coctel en América Latina. Está empeñado en dejar bien claro que él es el “intelectual de izquierda” que tiene a su cargo hacer el trabajo más sucio de todos: ser cuña del mismo palo.