Culturales

Alejo Carpentier, un escritor imprescindible

El legado literario, periodístico y cultural de Alejo Carpentier perdura y crece hoy, a 35 años de su muerte, cuando varios misterios de su prolífica vida comienzan a revelarse. Ganador del Premio Cervantes de Literatura y uno de los cronistas más formidables de la lengua hispana, Carpentier es un inevitable referente para quienes aspiren a ganarse la vida escribiendo.

Autor de una monumental obra que abarcó desde la composición y la crítica musical y teatral hasta el ensayo, la narración y un elevado periodismo, Carpentier fue también un humano con virtudes y defectos que supo exorcizar en su prosa, e incluso en un íntimo diario.

En efecto, lo que fue un secreto resguardado por un sobre sellado y una viuda preocupada, ahora es libro que permite hacerse una idea más cabal del humano que latía bajo un rostro a veces pétreo.

El "Diario de Alejo Carpentier (1951-1957)", publicado por la Fundación que lleva el nombre del novelista y que preside Graziela Pogolotti, permite conocer más a un hombre poco dado a la confesión.

El texto realiza un revelador bosquejo del autor mediante anécdotas menores, apuntes sobre qué libros leía, qué música escuchaba en sus noches caraqueñas o qué lo angustiaba como creador.

Desde que anunció la publicación del diario, poligrafía mediante, la Pogolotti ya advertía que estas revelaciones eran sorprendentes.

Y en verdad, nadie espera que alguien tan rotundo y suficiente en su escritura también sufriera la angustia creadora que infunde la página en blanco, la idea trabada, el cierre que no convence.

Esa dimensión humana lo acerca más al lector, que al bajarlo del pedestal de lo inescrutable donde aún muchos tienen a Lezama Lima, descubren a este hombre renacentista, vanguardista, contracultural.

Por ejemplo, el investigador Radamés Giró lo venera como un musicólogo con mayúscula, dueño de una poderosa capacidad para relacionar fenómenos y sintetizar, autor de una obra inagotable sobre la que siempre es lícito volver para aproximarse a su tiempo.

Es quizás en esas pasiones, en su compromiso político, donde se muestra otro indicio humano de Carpentier, quien, por ejemplo, al narrar la Guerra Civil Española fue más emotivo que objetivo.

Leonardo Padura, un admirador sin complacencias de Carpentier, señala que la Barcelona que narra el cubano en España bajo las bombas difiere de la que retrata el inglés George Orwell (Rebelión en la granja, 1984) en Homenaje a Cataluña.

Esa idealista visión del drama español se repite en La consagración de la primavera, la última novela de Carpentier, un texto épico sobre revoluciones que le tomó 15 años concluir, que se antojaba más un imperativo político que una necesidad artística.

Ya para entonces, Carpentier tenía una obra tan trascendental que nadie osaría cuestionar su Premio Cervantes de Literatura en 1977, merecido, además, por sus tres mejores novelas: Los pasos perdidos (1952), El acoso (1956) y El siglo de las luces (1958).

Esas obras consagratorias las escribió precisamente en el período que abarca el mencionado diario, una bitácora caraqueña que permite percibir hasta qué punto está la vida de un escritor en su obra.

Lilian Esteban, viuda y albacea de Carpentier, lo encontró en la casa donde vivió el escritor, y supo que aquellos 149 folios escritos a máquina, con correcciones al margen y notas a mano, eran una verdadera bomba por su carácter intimista y revelador.

Para Pogolotti, por el contrario, constituyen un "verdadero acontecimiento cultural" y una invitación a releer y descubrir a Carpentier a partir de las pistas que deja esta confesión.

Un excelente consejo para recordar a Carpentier a 35 años del viaje sin retorno que emprendió en París, el 24 de abril de 1980.

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