Adrián, ¿cómo se te ocurre?
Un día como hoy, hace casi 30 años, sucedió El Caracazo. Aún los sociólogos y la gente experta en colocarles categorías a los análisis no se pone de acuerdo en si eso fue una “explosión social” o una “revuelta popular”. La primera, según mi modesto y periodístico entender, es hasta cierto punto inofensiva. Una bomba que explota y ya. No hay héroes ni caídos. La segunda, la revuelta popular tiene un significado de transcendencia, de búsqueda de justicia, de acción épica. Los caídos son víctimas y los sobrevivientes son protagonistas. La coherencia nos hace calificar aquellos hechos como una revuelta popular.
Y no es que una se crea que es la mata de la coherencia. No es que una se crea la tapa del frasco, el último vaso de agua, la última cerveza fría, el último polvo… Nada de eso. Pero es frecuente conseguirse con situaciones en la Venezuela de ahora que hacen palidecer de asombro a cualquiera. Contradicciones e incoherencias tan obvias que hacen pensar en el “comemierdismo ilustrado”, categoría de análisis sobre la que algún día espero teorizar.
Pero antes de piratear como socióloga he de referirme a la última incoherencia de una franja de compatriotas que se identifican con el sector opositor. Se trata de las reacciones en las redes sociales sobre la participación de Adrián Solano en la competencia de esquí en Islandia, la más graciosa de la que tenga conocimiento. Cuando una se cae da risa y vergüenza y la primera reacción antes de saber qué le duele más, es mirar alrededor para verificar si alguien te está viendo. Adrián no tuvo esa duda. Desde que salió con su esquí, aun sin caerse, dan ganas de reír. Sus caídas se hicieron virales y un coñazo de gente lo vio. Hasta ahí todo bien. Un venezolano tiene una pésima actuación en una competencia internacional en un deporte que no se practica aquí. Listo.
Todo se complica cuando la historia se conoce completa y ya no es un chamo aventurero y osado sino que se comprueba que fue víctima de abuso en Francia donde estuvo detenido un mes afectando, según él mismo dijo y esto también causa gracia, su plan de entrenamiento. Esto lo convirtió en chavista automáticamente y por tanto víctima virtual de todo tipo de ataques, burlas, descalificaciones, insultos, etc.
¿El insulto más repetido?: “Nos hizo pasar vergüenza, pena ajena, afecta la imagen del país”. A nosotros, que hace unos años adoramos a un atleta discapacitado que llegó después de 15 horas a la meta del maratón de Nueva York. A nosotros, que no nos alegramos de la medalla de plata de Yulimar Rojas en los Juegos Olímpicos. A nosotros que escribimos, comentamos, afirmamos, difundimos y creemos que Venezuela es un país de mierda y del que queremos irnos ya, nos avergüenza que ese carajito nos mal ponga en la blanca y fría nieve de Europa. “Chavista tenía que ser”, también fue viral. ¿Cómo se le ocurre hacernos eso a nosotros? A nosotros, los hijos e hijas de la coherencia. Sigamos.
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