Que Chomsky venga y vea, pero ¿por qué no oír su advertencia?
Es buena idea invitar a Noam Chomsky a que venga y vea, pues obviamente mucho de lo que dice el legendario lingüista estadounidense deriva de la mala imagen proyectada por la canalla mediática internacional, aun cuando él siempre está muy prevenido respecto a esa maquinaria infernal. Sin embargo, también es buena idea tomar muy en serio su reflexión sobre el impacto negativo de la corrupción en el balance general del proceso político vivido por América Latina desde 1999, cuando llegó el comandante Chávez al poder en Venezuela.
Debe entenderse que esa reflexión es una oportunidad para impulsar un debate crucial para la marcha no solo de la Revolución Bolivariana, sino también para el resto de los movimientos de izquierda de la región. El destacado intelectual ha tocado una llaga y el dolor que produce ese contacto es absolutamente real. No está permitido olvidar que la lucha contra la flagrante y descarada corrupción de la IV República está en el ADN de la Revolución Bolivariana. Es un factor que hunde sus raíces en lo originario de la rebelión popular que hizo posible el milagro de un cambio, cuando ese orden político, asociado al modelo económico neoliberal colonialista, parecía estar destinado a perdurar por los siglos de los siglos.
Durante los años transcurridos, numerosas voces –no de tanto peso específico como la de Chomsky, pero sí muy bien plantadas, con excelentes argumentos– se han elevado con advertencias similares: la corrupción es una enfermedad capaz de carcomer cualquier modelo político, pero muy especialmente a los gobiernos populares en los que la mayoría ha depositado sus esperanzas.
Se ha dicho hasta la saciedad que la corrupción tiene una doble y nefasta acción: hace ineficientes las políticas de redistribución del ingreso nacional y genera un cuadro de antivalores que afecta la moral revolucionaria. Dicho en términos marxistas (libremente interpretados) ataca al mismo tiempo lo infraestructural y lo superestructural; lo pragmático y lo ideológico. Se ha dicho hasta la saciedad, pero el deterioro ha seguido su marcha, generando en los sectores más comprometidos una sensación terrible de frustración y desconcierto.
La visión de Chomsky es casi apocalíptica. Prácticamente da por perdido este nuevo intento latinoamericano de superar las terribles iniquidades del capitalismo neoliberal. Esa parte no hay que suscribirla. Nos toca pensar que no todo está perdido, que aun se cuenta con un margen suficiente para la rectificación, siempre y cuando el liderazgo político revolucionario no sucumba a la inercia.
Es buena idea invitar a Chomsky para que vea el lado positivo de esta experiencia histórica en desarrollo. Sería interesante ponerlo a hablar con esas personas que, gracias a las misiones, se han elevado académica y humanamente desde el analfabetismo hasta la profesión universitaria. Sería genial que interactuara con esos compatriotas que hilvanan discursos de sublime brillantez y coherencia en la humildad de una asamblea de barrio. Todo eso sería magnífico. Pero también lo es tomarle la palabra, aprovecharle su consejo de viejo izquierdista a la manera gringa. Y, claro, que cada uno de nosotros –en el rol que le corresponda– haga algo al respecto.