Opinión

El Negro Primero, los poderes marginales y la crisis del «experto»

El momento histórico venezolano anda hirviendo de ejemplos y casos de cómo la creatividad de la gente simple tiende a desplazar toda esa estructura de la sociedad llamada "formal", a la hora de las definiciones y construcciones más importantes

Un experto es alguien a quien la universidad, la empresa privada o la anuencia de la burguesía le otorgan autorización y licencia para pontificar en determinada área del saber, sin que en la realidad haya hecho o demostrado saber hacer gran cosa al respecto. Los momentos de crisis social son buenos para que, en lugar de estos charlatanes de corbata y diploma, florezca el poder creador del pueblo, que al final es el único que se salva a sí mismo de las dificultades y tragedias.

El momento histórico venezolano anda hirviendo de ejemplos y casos de cómo la creatividad de la gente simple tiende a desplazar toda esa estructura de la sociedad llamada "formal", a la hora de las definiciones y construcciones más importantes. Perversos en algunos casos (el bachaqueo de dimensiones individuales o familiares, las elaboradas formas de estafar que perjudican a los más pobres e indefensos), más o menos inofensivos en otros y francamente gloriosos en la mejor de las situaciones, eso que Aquiles llamó los poderes creadores del pueblo anda sacando a flote las artes de la supervivencia en la actual guerra a gran escala.

Estamos en un punto de la historia idéntico al sabotaje de diciembre 2002-enero 2003, y tal como en ese momento estamos presenciando el resurgir de nuestro talento innato, que suele quedarse adormecido o atrofiado por grandes períodos cuando la abundancia y la aparente calma nos hacen bajar la guardia. Esos períodos en los que pocos se atreven o se sienten empujados a hacer una mesa porque hay con qué comprarla hecha, o se propaga la ilusoria sensación de que el mercado puede resolverlo todo, sin que en realidad las mayorías puedan comprar lo que sobreabunda en los abastos. Pregúntenles a los colombianos pobres qué tan bien les está yendo con esos anaqueles full de comida y productos.

Por cierto que el pueblo colombiano es un ejemplo formidable de cómo la necesidad y la miseria en medio de la prosperidad de su clase empresarial (que es la misma clase política) lo ha convertido en un creador-inventor-productor de manufacturas de alta calidad. El colombiano de a pie es un trabajador incansable y creativo a quien la industria de muchos países ha esclavizado y explotado a mansalva (eso le pasa al que acepta trabajar mucho por poco dinero, o a veces por un plato de comida y la seguridad de no ser deportado), y a quien la industria de su propio país utiliza en una tarea degradante: los colombianos deberían ser reconocidos mundialmente como los insignes creadores que son, y no como productores en serie de imitaciones y falsificaciones, que para eso es que los usan los esclavistas en el poder.

En la Venezuela de grandes masas inmovilizadas en su creatividad por la engañosa comodidad que daba el petróleo se está regenerando lentamente esa capacidad industriosa e inventiva, que en realidad nunca desapareció, pero que había sido relegada a pequeños espacios y a individualidades locales.

Cuento ilustrativo y más o menos personal. Existe en el país un problema evidente con el suministro de piezas y repuestos automotrices, producto de la misma dinámica de estrangulamiento político que está desviando los alimentos a manos de especuladores y contrabandistas. Hace unos meses, al carro en el que me desplazo (epa: no es mío, debo entregarlo cuando me lo pidan) se le averió un misterioso engranaje que mueve la bomba de aceite pero no pertenece a la bomba de aceite, y es movido por la leva, pero tampoco pertenece a la leva. El mecánico me entregó el perolito y con el mismo en la mano anduve recorriendo ventas de repuestos por siete ciudades, y nadie supo darme repuesta ni siquiera de cómo se llamaba.

Llegamos al momento de las nuevas tecnologías aplicadas al comercio: cuando usted va a comprar algo en una venta de repuestos de esas limpias y pulcras, atendidas por "expertos" que saben mucho de una cosa si tienen una computadora a la mano, debe decirle al vendedor al menos cómo se llama lo que va a comprar, porque la información de lo que hay en los inventarios se encuentra en una base de datos y no en la memoria del vendedor. El depósito está en un lado y la taquilla de atención en otro; dígale a quien despacha si lo puede ayudar a conseguir tal cosa y lo verá bostezando o diciéndole de una que no. Porque él, al igual que la computadora, está programado sólo para recordar lo que está catalogado y en orden. Llega entonces el momento de acudir a otro tipo de negocios y a otro tipo de saber: hay que ir al margen, allí donde está el creador y hacedor marginal.

Llego a una de esas tiendas llenas de grasa al igual que el almacén, el vendedor y el lugar donde reparan el carro, y te atiende un señor que al sifrino promedio le parecerá muy grosero. Agarra la pieza, le da vueltas y me dice: "Esta bicha se parece a la rueda que está debajo del distribuidor". Pero este carro es de un modelo que no trae distribuidor. Va y le pregunta a otro, intercambia con él dos palabras; pega un grito desde allá: "Epa, ¿esto es de una camioneta china, de esas Chery? Bueno, anda a una venta de repuestos Hylux, porque ese motor es el mismo y usa los mismos repuestos. Ni se te ocurra decir la marca de la camioneta, dile que es para una Hylux año 98". Eso ya es algo; el marginal al menos se tomó la molestia de pensar un momento y decirme algo que yo no sabía.

Me saltaré dos o tres diligencias más que hice en el mundo formal, donde gobierna el "experto" en carros que nunca ha desarmado un carro ni lo ha visto por dentro, y llegaré al momento en que fui a donde un tornero. El maldito engranaje inexistente es una pieza compleja, de precisión milimétrica, que debe soportar altas temperatura y presión. Todo el mundo me decía que si iba a un tornero iba a salir estafado o con una pieza defectuosa en las manos, que el carro no iba a poder rodar más que unos pocos kilómetros, o que tal vez me iba a destruir otras partes del motor. Pero ya la camioneta tenía dos meses paralizada y decidí acudir a esta medida extrema.

El hombre tenía una cola de gente que también había mandado a hacer repuestos automotrices de esos que "no hay" en las ventas formales. Miró el engranaje por diez segundos y me dijo que sí, cómo no, que él lo podía hacer. Pero que, en vista del gentío que esperaba, la cosa iba a tardar. Le pregunté cuánto; me dijo que cuatro días. Me advirtió además que iba a trabajar con hierro colado, porque nadie o poca gente aquí trabaja con aleaciones de acero con otros metales, y que por lo tanto la pieza iba a tener una vida útil limitada. ¿De cuánto es esa vida útil? Tal vez unos 50 mil kilómetros. Era eso o ver la camioneta perderse en un estacionamiento o chivera. 

Existe un país de "expertos", un país que gradúa a cientos de ingenieros todos los años, unos ingenieros inútiles que no son capaces de diseñar una maldita parte automotriz tal vez porque no se sienten capaces (lo que dicen es que este país no les va a pagar los millones que su talento y su dedicación al estudio merecen), y otro país de creadores marginales, señores criminalizados por la propaganda y los miedos burgueses, que han divulgado que son ladrones y piratas; un país de gente que no estudió con libros sino con el hierro en las manos. Uno de estos señores marginales y satanizados puso a rodar el carro que los "expertos" desahuciaron, y por ahí anda comiendo kilómetros de carreteras. Este momento no es el de la crisis del pueblo sino el de la crisis de los expertos.

En esta hora en que el marginal resurge y resuelve está activado hace rato el país del ser humano que ha construido toda la infraestructura vial, las casas y los edificios, pero es despreciado por el sifrino de apartamento (un apartamento hecho por obreros) porque no tiene un título universitario de arquitecto ni de ingeniero; el país del tecnólogo popular a quien las cúpulas de científicos menosprecian porque nunca ha visto un pulcro laboratorio pero anda reproduciendo peces comestibles en charcos y poncheras; el pueblo comunicador que no estudió periodismo pero anda difundiendo noticias e historias; el país del campesino custodio y reproductor de semillas de quien los tecnócratas se burlan porque no ha entendido la lógica de las grandes plantaciones; el país que entendió que es mentira que hay que ser doctor para poder legislar, hacer política y resolver problemas en dinámicas asamblearias.

Ese pueblo y ese país entra en estos días al Panteón Nacional, hasta ahora depósito de burgueses, aristócratas y engreídos gobernantes comemierdas: el Negro Primero es la encarnación del país marginal y adolorido que les está invadiendo los palacios y templos a quienes se sintieron por siglos los dueños de Venezuela.

/N.A

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