Opinión

Siguiendo a la naturaleza

Si aprendemos a seguir a la Naturaleza, respetando sus ciclos y caminando a su paso, podremos tener un buen futuro sobre la Tierra

Si aprendemos a seguir a la Naturaleza, respetando sus ciclos y caminando a su paso, podremos tener un buen futuro sobre la Tierra. Pero si nos empeñamos en ir a contravía, rompiendo sus equilibrios, nos esperan en menos de cien años enormes calamidades en un planeta herido, muy diferente al de hoy. ¿Qué cabe hacer a nuestro país frente a los desmanes de la gran industria mundial, los excesos de la agrotecnología dominante y la cultura del consumismo en los países ricos y no tan ricos? Sí podemos aportar: al actuar bien protegemos un poco más nuestro hábitat y servimos de ejemplo. Además, así podemos liderar acciones de mayor peso junto a naciones de Latinoamérica y el Caribe, y sumar fuerzas con movimientos ambientalistas de todo el mundo. Es un compromiso necesario. 

El presidente Maduro le ha planteado a la juventud el reto de sembrar millones de árboles por toda Venezuela: gran noticia reforestar espacios naturales dañados y grises urbes sofocantes. Pero a la par es imprescindible controlar a fondo la dañina minería ilegal, la tala indiscriminada y la destrucción de bosques. Se anuncia que noventa ciudades cuentan ahora con rutas atendidas por cómodos autobuses del sistema de transporte nacional: ese es el camino, priorizar el transporte público de calidad frente al automóvil y la moto, ahorrando combustible y reduciendo la contaminación. Más allá, hay que transformar las “poblaciones dormitorio”. ¿Por qué tanta gente se mueve desde ellas hacia las metrópolis cada día? Requieren soluciones de trabajo y servicios en sus localidades. 

Por otra parte, subir el precio de nuestra regalada gasolina no solo es una sana medida económica sino también ecológica. Pues, con todos los alertas, seguimos siendo unos “tragones” de energía. Además de gasolina, consumimos más energía eléctrica por habitante que países más industrializados, como Brasil o Argentina. O sea, no lo hacemos tanto para elaborar productos útiles, sino en nuestros hogares y oficinas, con luces brillando para nadie, calentadores prendidos todo el día y aires acondicionados superfríos. Derrochar energía no puede ser barato: al pasar un justo límite el costo de la factura ha de agigantarse. Porque ir en contra de la naturaleza tiene un costo mucho mayor.

lacuevat@hotmail.com

/N.A

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