Historias raspacuperas
Juancho, surfista veterano, viajaba desde Margarita a Trinidad con su hijo a cazar otras olas
Juancho, surfista veterano, viajaba desde Margarita a Trinidad con su hijo a cazar otras olas. Conseguir pasaje fue dificilísimo. Resulta que Puerto España era un destino muy solicitado y había que hacer reservaciones con varios meses de antelación. Juancho se preguntaba por qué.
En el avión abarrotado de viajeros encontró la respuesta. Le llamó la atención que los únicos que llevaban equipaje eran su hijo y él. El resto viajaba con lo puesto. Pasajeros que conversaban animados, intercambiando tips con los más novatos que no sabían bien cómo era la cosa. La cosa era raspar cupos. Un viaje ida y vuelta hasta un punto de venta trinitario y un feliz regreso con un puñado de dólares en el bolsillo. ¿A cómo está el paralelo? Por la nubes, contestaba alguien muerto de la risa. ¡Se armó un limpio, pues!
Setenta y cinco abuelas setentonas abordaron contentísimas un crucero que las pasearía por el Caribe. No tienen que llevar dinero -les dijeron- porque el crucero es “todo incluido”. En tierra firme las despidió “el ángel que les regaló ese viaje”, un profesional del raspacupismo que recluta abuelas, les tramita su tarjeta si no la tienen, y les “regala” un crucero a cambio de sus cupos. ¿Quién le iba a decir, Doña Elsa, que usted podría hacer un viaje como ese? No me dé las gracias, por favor…
Los empleados de una cadena de tiendas fueron invitados por su jefe a Perú. Un viaje increíble. Tres días, alojamiento de sardinas en lata, tres comidas de pan con sardina en lata y cuarenta mil bolívares al regreso. Gracias por tu cupo…
Mariela, una ingeniera emprendedora, viajó a Atlanta y a su regreso se operó las lolas con los beneficios de su raspazón. Andrés, viajó a Madrid en enero y no trabajó el resto del año porque lo raspado le dio “para no tener que molestarse”.
Miguel vendió su cupo electrónico para comprarse un teléfono más chimbo que el que se habría podido comprar con su cupo electrónico.
Alberto viajó a Ecuador, gastó $500 y dejó el resto sin tocar. A su regreso le dijeron: “La verdad es que tú eres bien pendejo”.
Los bancos, esos que te decían siempre que no calificabas por pelabolas, ahora te avisan que tienes una tarjeta aprobada; sí señor, solo tiene que pasar por la agencia con unos recaudos que nadie va a leer porque hay para todos. No me dé las gracias, otra vez…
carolachavez.wordpress.com
/N.A