¿Serán las sanciones «solo para ricos» las armas clave en las nuevas guerras?
Como siempre, tras la palabra “sanciones” se ocultan acciones ilegales, basadas en una autoridad extraterritorial, en una condición usurpada de poder judicial mundial
Estados Unidos y sus SS de la OTAN (Socios-Subordinados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte) han anunciado «sanciones» contra grandes capitalistas rusos, en el contexto del conflicto que mantienen con el Estado ruso con respecto a Ucrania.
Como siempre, tras la palabra “sanciones” se ocultan acciones ilegales, basadas en una autoridad extraterritorial, en una condición usurpada de poder judicial mundial. En rigor, se trata de confiscaciones, expropiaciones y robos, tal como ya los hemos sufrido en Venezuela, solo que en este caso no afectarán a empresas y activos estatales, sino contra las propiedades de unos particulares muy específicos: unos señores multimillonarios.
Alguna gente ha desestimado el peso que pueden tener en las nuevas guerras globales esas medidas coercitivas unilaterales «solo para ricos».
Incluso, la desestimación ha llegado a la burla, como fue el caso de la respuesta que dio la vocera de la Cancillería rusa, María Zajárova al encargado de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell, quien emitió un tuit en el que advertía a los grandes magnates rusos que ya no podrían ir de compras a Italia, negociar diamantes en Bélgica ni armar farras en París. Zajárova lo llamó «idiota» y deploró que esos sean los asuntos que le preocupen a Borrell en medio de un conflicto como el del Donbás, en el que ha habido hechos que Rusia llega a catalogar como genocidio.
A primera vista, ciertamente, Borrell luce banal y hasta ridículo (sobre todo luego de que borró el referido tuit), pero esta estrategia de aplicar medidas coercitivas unilaterales a particulares con mucho dinero e intereses comerciales no es para nada descabellada, en especial si se considera que estamos hablando de un conflicto entre potencias capitalistas y, por extensión, entre ricachones.
Es hasta cómico oír a los integrantes de las élites otanistas hablar con cierto mohín de asco acerca de las élites rusas. Da risa porque sabemos que desde una visión marxista, ambas defienden los intereses de la misma clase social: la burguesía expoliadora de los pueblos. Esas élites están confrontadas por disputas, en todo caso, intraburguesas y, en los tiempos que corren, por la hegemonía en el campo capitalista.
Ahora bien, lo de las sanciones solo para millonarios no es algo para desestimar porque en países neocapitalistas como Rusia (y quién sabe si también China; habría que preguntar a los expertos) las conexiones entre el poder político y la clase social de los grandes propietarios es simbiótica, cuando no parasitaria, a imagen y semejanza de lo que ocurre en Estados Unidos con sus partidos hegemónicos y su Estado profundo, el verdadero puente de mando del imperio.
Y algo muy parecido pasa también entre los socios-subordinados de Washington en la OTAN, esos imperios decadentes europeos, con sus “noblezas”, oligarquías rancias o burguesías modernas (según el caso), que también son el poder detrás de los mascarones de proa de los políticos.
Entonces, los integrantes de las élites otanistas confían en que las élites rusas (y eventualmente, las chinas) van a reaccionar a las medidas coercitivas unilaterales del mismo modo que lo harían ellos si se las aplicaran. ¿Y cómo sería eso? Pues, presionando a sus propios gobiernos (nunca mejor ajustado el sentido de la palabra «propios») para que cedan ante las exigencias de los sancionadores y los liberen a ellos de las antipáticas medidas coercitivas.
Así que Borrell parece idiota, pero no lo es tanto porque sabe que fastidiar a los Ricky Ricón rusos, puede dar incluso mejores resultados que fastidiar a los pueblos, pues estos están ontológicamente dispuestos al sufrimiento. Así, si a los opulentos potentados rusos les impiden usar a Europa occidental como su centro comercial, su burdel, su hotel de muchas estrellas y, en general, su lugar para botar –y hasta lavar- la plata, es posible que se le alcen a Vladímir Putin y lo obliguen a capitular.
Se trata, entonces, de un tipo de sanciones quirúrgicas, destinadas a resquebrajar por dentro las estructuras de poder capitalista de las potencias emergentes.
Claro, que el ingenioso modelo tiene también sus efectos bumerán. Por ejemplo, a los dueños del gran centro comercial-burdel-hotel-lavandería que es Europa no les debe gustar en absoluto que la OTAN les quite sus mejores clientes.
Por lo demás, así como las élites de Rusia han respondido a anteriores sanciones de EE.UU. y sus SS creando sus propios circuitos financieros, sus propias industrias de todo tipo, sus propias infraestructuras tecnológicas, sus propias redes sociales y sus propios grandes medios de comunicación, ya deben haber creado -o estar creando- los lugares con todas las facilidades para que los ricachones dilapiden su dinero. ¿Cuál es el problema?
Y hablando de élites…
Como dicen esos memes basados en las promociones de películas: «De los mismos creadores del golpe suave, llega ahora el salto de talanquera suave».
¿De qué se trata? Pues, de formas realmente ingeniosas de pasar de un lado a otro de la famosa barda ideológica, sin que parezca un salto o, en todo caso, que sea un salto elegante, artístico o al menos con cierto estilacho, dentro de las posibilidades de cada saltador, claro.
El salto suave de talanquera es particularmente recomendable para quienes han sido antes los más vociferantes e intolerantes y luego han ido entendiendo la necesidad de entrar por el aro de la convivencia pacífica.
¿Cómo acontece este raro fenómeno? Bueno, digamos que ya la letra marxista nos da una pista cuando dice que “el ser social determina la conciencia social”. Entonces, el proletario-excluido- desposeído-marginado-execrado-segregado logra mutar a pequeño burgués-incluido-propietario-figurante-relevante-reivindicado y cree que llegó el momento de adquirir también una conciencia social nueva, más amplia, entendida la amplitud como condescendencia con el “enemigo de clase” y magnanimidad en el ejercicio del poder.
Pero si no queremos diagnosticar sobre la base de un fundamento tan ortodoxo, podemos reincidir en el tema de las élites y remontarnos hasta la Venezuela de las décadas de los 60 a los 90 (los famosos 40 años de los que tanto habló el comandante Hugo Chávez). Ya ubicados allí, podemos decir que el secreto del modelo político llamado de Puntofijo (los expertos dicen que es una sola palabra, no como la ciudad falconiana, pero ese es otro tema), al que los politólogos más reputados calificaron como “sistema populista de conciliación de élites”.
Según esa visión, las élites políticas, empresariales, sindicales, sociales, culturales y etcétera, habían logrado ponerse de acuerdo para conciliar sus intereses y repartirse la renta nacional, no a partes iguales ni de forma equitativa, pero de tal manera que todos quedaran más o menos contentos y, en consecuencia, el sistema político fuese viable.
Esa tesis tiene mucho fundamento porque cuando se pretendió dejar de lado esa conciliación, cuando se pretendió imponer las lógicas el neoliberalismo en boga en los 80, pasó que el sistema “se tiró tres”, como suele decirse.
En todo caso, a pesar de la barrida que echó el comandante Chávez (con su victoria electoral, la nueva Constitución y su resistencia al golpe de Estado), la tendencia a formar élites parece haber sobrevivido y ahora hay unas nuevas, con algunos integrantes de las viejas y otros recién llegados, que están buscando la manera de “conciliarse”.
Claro que esto deja un inocultable olor a traición, a capitulación, a salto de talanquera, solo que no violento.
En este sentido, lo que está ocurriendo se parece a lo que sucedió con la generación de jefes de la lucha armada de los años 70, que -con su liderazgo y carisma- arrastraron a la aventura guerrillera a muchos militantes revolucionarios hasta ese momento sin formación militar alguna, y luego de varios años en esa ruta, decidieron pacificarse y volverse demócratas consumados. Bien por ellos, pero que conste en actas que muchos de los combatientes que subieron a la montaña nunca bajaron de ella o lo hicieron muertos, heridos o presos. Por haber osado alzarse en armas (o, incluso, por simpatizar con quienes lo hicieron) muchos fueron torturados y perseguidos con saña y terminaron arruinados, desequilibrados o metidos en movidas ilegales. Todo ello, mientras los exjefes pacificados daban discursos en el Congreso o declaraciones a la prensa, y algunos hasta sufrieron tal metamorfosis que pasaron al servicio de la derecha pura y dura, de los cuerpos represivos del Estado o del neoliberalismo y sus variantes edulcoradas. En fin, que no se conformaron con conciliar intereses con los antiguos adversarios, sino que se fundieron en una amalgama de carnes bastante pornográfica.
Me dirán que lo actual no es para tanto, pues los mascaclavos ultrachavistas que han entrado en fase revisionista no llevaron a nadie a la tumba con sus estridencias. Pero… ¿estamos seguros de eso?
Yo (es una opinión muy mía) tengo la convicción de que sí lo hicieron. Esas víctimas anónimas de las posturas extremas están entre los militantes revolucionarios que fueron cautivados por los discursos más flamígeros y, en medio de algún arrebato emocional, perdieron la vida literalmente hablando o la perdieron parcialmente porque cometieron algún exceso por el que ahora están pagando. [No olvidemos que en el país se ha “hecho justicia” casi exclusivamente con los procesados chavistas… pero ese también es otro tema].
El deseo de moderarse y hasta de asumir la regeneración de los líderes negativos se apodera de ciertos personajes ultraduros, ante lo cual muchos que ya eran moderados ponen el grito en el cielo porque ni aún para los moderados habituales esa misión es algo que tenga sentido o futuro.
Entonces uno se pregunta: ¿al enterarse de esas posturas de paz y amor en boca de los más comecandela, qué pueden estar pensando, por ejemplo, los funcionarios de seguridad que participaron en la contención de los disturbios de la ultraderecha y fueron encontrados responsables de uso excesivo de la fuerza, lesiones u homicidio y, en consecuencia, condenados a largas penas? ¿Qué pueden pensar de esos arranques de concordia los familiares de otros funcionarios o de ciudadanos comunes que fueron asesinados en medio de las guarimbas y cuyas muertes siguen impunes? ¿Qué dirán los parientes de los quemados vivos, de los degollados, de los linchados a golpes?
Ya era bastante lacerante el hecho de que casi todos los dirigentes de cierto nivel de los intentos de golpe, invasiones, magnicidios, guarimbas y otras linduras hayan sido liberados, se hayan «fugado» o –peor aún- nunca hayan sido detenidos. Pero es todavía más intragable que quienes en su momento se mostraron intransigentes e irreductibles estén ahora haciendo lobby para que esas personas obtengan un nivel más alto todavía de impunidad, ya no solo judicialmente hablando, sino en la esfera social, es decir, jugar a que aquí no ha pasado nada.
Lo peor del asunto es que, según confesión de parte, el motivo de esto no parece ser tanto la loable meta de alcanzar la paz y la concordia entre venezolanos, sino más que todo el deseo de acomodarse individualmente y como élites –vuelve acá la palabra del día- al statu quo antes denigrado, y la absurda expectativa de ser admitidos y perdonados por la derecha fachorra. Una verdadera ingenuidad, dicho sea de paso.