Los Pueblos, el primer Poder
Estamos demostrando que podemos dejar de tener representantes, y pasar a participar activamente, de manera corresponsable y protagónica en la construcción diaria de la existencia
Cada vez es más obvio: los burócratas de los organismos internacionales que, devenidos en aristócratas, a diario se mueven a espaldas del interés de los pueblos, cada vez están más cerca de su extinción, aunque todavía pataleen.
Ello se evidencia en el fracaso de una de las más recientes estratagemas de ataque contra Venezuela, articuladas en el Ministerio de las Colonias, conocido bajo el sinónimo de Organización de Estados Americanos. El hecho es que las negociaciones entre telones de esos personajes en la OEA, bajo la dirección de Almagro, testaferro de los intereses estadounidenses y canadienses, se estrellaron contra la fuerza telúrica cada vez menos detenible, menos controlable, que muestra que hay un término en la dichosa Carta Democrática Interamericana que aceleradamente pierde vigencia.
En el artículo 2, la Carta reza: “El ejercicio efectivo de la democracia representativa es la base del estado de derecho y los regímenes constitucionales de los Estados Miembros de la Organización de los Estados Americanos. La democracia representativa se refuerza y profundiza con la participación permanente, ética y responsable de la ciudadanía en un marco de legalidad conforme al respectivo orden constitucional”. (subrayado nuestro)
En septiembre de 2001, la diplomacia venezolana, en vida de Hugo Chávez, había advertido en relación con el planteamiento de la mencionada Carta que el representativo no es el único modelo de democracia existente. Otro se está cocinando, anidando en el espíritu, en el corazón de los pueblos: la democracia Participativa y Protagónica. Y precisamente ése es el modelo por el que estamos batallando aquí, en Venezuela. Por eso somos “un peligro inusual” y un “pésimo” ejemplo.
En función de esta nueva concepción del Poder, dejamos atrás la figura del representante, del personaje investido plenipotenciariamente con el derecho a tomar decisiones por toda una Nación, bajo el amparo de una votación o por una designación gubernamental, como es el caso de los funcionarios de los entes internacionales.
Con la filosofía de la democracia participativa y protagónica, la figura es la de la Vocería, donde el agente que sale de la comunidad recibe la posición a defender, y se traslada hasta la asamblea de voceros y expone la visión de sus pares. No toma decisiones. Regresa y consulta. Se va a debate, y lo que decida la mayoría, es la propuesta. Ésa es la noción de consenso, un acuerdo, un diálogo, de los pueblos, no de los representantes.
Y mientras Luis Almagro y la aristocracia de la OEA trataban de esquivar la voz de los Pueblos, en Venezuela millares marchábamos y seguiremos marchando por las calles para apoyar al gobierno de Maduro. Eso no deja de ser un “pésimo ejemplo” porque en todas partes las manifestaciones públicas normalmente son opción de los Pueblos para oponerse a las decisiones de los gobiernos, mientras que aquí bailamos, cantamos, y caminamos para decirle al Jefe de Estado que no está solo, y que cuando nuestro representante ante la OEA habla, lo hace por todos nosotros, es nuestra voz, un grito de libertad, de independencia, antimperialista y, principalmente, de Paz.
Cada vez más cerca de su caducidad está aquella visión del disfraz del Poder, totalmente decimonónica, que se escondía tras el parapeto del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, como una Santísima Trinidad, pero que en el siglo XX, empieza a palidecer frente a la fuerza de un fáctico cuarto poder: los medios de difusión masiva, la punta del iceberg de las transnacionales y los capitales expoliadores del mundo. Y, precisamente, en la ruta para superar ese modelo clásico de los poderes de la democracia representativa, el pueblo venezolano está marcando el camino, guiado por la premisa de que el único poder real deben ser y son los pueblos. Tal es la razón, entonces por la cual el poder establecido busca golpear, chantajear, masacrar, alienar, para evitar que los pueblos nos demos cuenta que sin nosotros no hay riqueza, no hay posibilidad de nada, no hay futuro.
Estamos demostrando que podemos dejar de tener representantes, y pasar a participar activamente, de manera corresponsable y protagónica en la construcción diaria de la existencia. Es un recorrido exigente, necesita disciplina y claridad. Pero esa es la esperanza del planeta para lograr un futuro de justicia y equidad porque el único Poder real somos los Pueblos despiertos.
/N.A