El derecho a la depre y el derecho a seguir la lucha
Revolotea en estos días por las redes y otros espacios de discusión cierta corriente que ya no tiene sentido seguir ignorando dando un manotazo y media vuelta, por mucho que sea o parezca microscópica: el de cierto chavismo al que le ha dado por tratar de imponer el fatalismo y la declaración de derrota como línea de "acción"
Uno pudiera pensar que lo peor que le puede pasar al chavismo o revolucionario militante es que comience a pensar y hablar como el enemigo, es decir, que se aplique a discursear a favor del derrocamiento del presidente Nicolás Maduro. Pues sucede que hay algo peor, más grave y lastimoso: el que, a causa de los problemas e incomodidades, y a causa de errores o ineficacias reales o ficticias del Gobierno y de los venezolanos, haya comenzado a pulular una horda llorona cuyo lema, "hashtag" o consigna instalada dice en letra temblorosa: "Este país se acabó, ya esto no es un país".
Que lo diga la escualidera que se iría demasiado ya es costumbre, es reacción lógica, y hasta un fresquito da que esos sean sus planes. Pero que una fracción que se declara chavista ande pensando que ya no vale quebrar ninguna lanza porque cree acabado el proyecto revolucionario, hay que sentarse aunque sea a desmigajarlo.
De hecho, en otras circunstancias hubiera sido inútil y hasta impertinente dedicarle al tema tan siquiera unas líneas y unos minutos de atención, pero se ha atravesado el hecho de que uno de los intelectuales más adulados por cierta clase media con un cuarto de corazoncito chavista ha venido a publicar un artículo apocalíptico cuyo párrafo final contiene el patetismo que merece todo apocalipsis: ya aquí no hay país sino una orgía de bachaqueros. Entonces cae uno en cuenta del detalle: la cosa ya no es un simple decir doméstico sino una línea de entrega, llanto e inacción que ya cuenta hasta con un ideólogo.
Probablemente haya que concederle a este y a cualquier echador de textos el derecho a escribir en sus ficciones cuanta verga tiesa tenga instalada en el cerebro, y a redactarla con las palabras que le dé la gana. Pero cuando usted se pone a escribir esta clase de cuentos distópicos, "graciosos" y/o estrambóticos en un espacio donde ha habituado a sus lectores a leer artículos de opinión, lo mínimo que cabe preguntarse o preguntarle es: ¿usted está diciendo lo que piensa sobre el país o sólo está jodiendo? ¿Está exagerando, utilizando un recurso hiperbólico para recalcar la idea que desea propagar, o fue que en sus adentros encontró eco la cancioncita de mierda que la derecha autoexiliada tiene rato cantando para conseguir visas y becas en el exterior a punta de dar lástima?
Sí, es verdad: en alguna situación extrema uno ha llegado a decir, para ilustrar los efectos de un calorón del coño, algo como "Esto no es vida", sin que eso signifique que uno anda pensando colgarse de un mecate nomás porque le tocó caminar a mediodía por Morón, pero cuando se trata de una idea que busca impactar a mucha gente, y entre ellas a determinada "mucha gente" que cada vez que el opinador abre la boca o golpea unas teclas automáticamente sale a estribillar "sí sí sí sí sí sí, tiene razón, así mismo es, yo pienso lo mismo", ya el gesto deja de ser un simple ejercicio narrativo.
Al final lo que menos importa es lo que cucarachea en la mente del escribidor. Nos convoca es el efecto que ha ejercido en cierta masa probablemente predispuesta ya a recibir, aceptar y propagar esta clase de mensajes. Y una vez más vemos rebasarse otra barrera: ser pesimista, manifestarlo y defender la colosal inmensidad de los motivos para sentirse derrotado es otro derecho humano: a usted nadie puede fusilarlo, pegarle o meterlo preso por sentirse cansado, decaído o falto de motivación para seguir echándole pichón a un proyecto o a la vida. Pero lo verdaderamente insólito, lo arrechamente insoportable, lo inaceptablemente ladilla, es que la legión pesimista, cuando alguien la invita a ver las cosas desde otro ángulo o con mejor disposición, entonces pela por la presunta santidad de su derecho a declararse vencido y viene y lo insulta por ser usted una plasta de mierda optimista.
¿Usted piensa que vale la pena defender el Gobierno de Nicolás Maduro y seguir oponiéndose a la toma del control de nuestro país por parte de la hegemonía pronorteamericana? Pues usted es un idiota: usted pertenece a esa rara fauna que persiste en sus ganas de seguir peleando a pesar de las adversidades. Se pretende poner de moda declarar que esto no es una revolución porque no hay calidad de vida, hay corrupción y se ha desatado el crimen; si usted se atreve a señalar que esos indicadores deberían convocarnos a recrudecer la resistencia y no a abandonarla, entonces usted es un maldito ciego gobiernero que no ha entendido la nueva línea del derrotismo. Revolucionario genuino farfulla que todo se ha perdido; quien replica que debemos cerrar filas para defender este país y este proyecto es un jipi y seguramente un madurista tarifado.
Acepta tu derrota y vive un día Pepsi, diría un comercial de los años 70.
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¿Sentirse triste? Se vale. ¿Decaído? No es un delito. ¿Aceptar y verbalizar nuestros propios desaciertos y los del Gobierno? Totalmente procedente y además ético. ¿Pensar y decir que en vista de la difícil situación lo mejor es entregarle el control de todo a la maquinaria empresarial que viene a privatizar y a perseguir? Responda usted mismo.
¿Será que queda gente que cree que la Revolución es sólo una gestión de Gobierno? ¿Que sostenerla viva es cosa de funcionarios y no de pueblos? ¿Será que no se han dado cuenta de que renegar del país y de la Revolución es entregarle Venezuela a nuestros enemigos históricos?
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En estos días se están cumpliendo años de aquel relampagueante abril de 2002. El día 13 en la tarde andábamos por Miraflores buscando no sé qué cosa, rodeados de personas optimistas (ese asco de gente para quien la esperanza se labra a músculo y no sólo con la ensoñación). Desde el 11 anduvimos agitados y frenéticos buscando refugio y trinchera en aquel chavismo que trepidaba a coro: "Con hambre y sin empleo, con Chávez me resteo". Pero transcurridas las horas estábamos tan dentro de la noticia que no la vimos, la noticia nos desconcertó: el gentío decía alrededor que Chávez había sido rescatado y que ya venía de regreso a ocupar su lugar como Presidente. Nos emocionamos y nos dejamos arrastrar por la euforia colectiva, pero como no teníamos a mano vocerías ni transmisiones oficiales caímos en la trampa del desconsuelo: "Mi pueblo sí es de pinga, es capaz de soñar con una victoria incluso con Chávez preso y el Carmona ya juramentado". Dimos unas vueltas más, echamos muchas medias conversas y nos largamos a descansar.
El retorno del Comandante lo vimos por televisión, la madrugada del 14.
Los pesimistas de corazón y los circunstanciales siempre terminan o terminamos recibiendo una lección de historia.
/N.A