Opinión

La otra TV

Un comunicador comprometido no discursea, trabaja. No es protagonista, es servidor

¿Qué tiene de malo esta TV que hizo falta que surgiera La Otra TV? La televisión nace en el seno de los países capitalistas (Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos) con una marcada vocación colonialista y fue, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el invento comenzó su proceso de implantación.

Se podría pensar ingenuamente que la televisión se soñó como una herramienta para informar, entretener y educar. Y para entender el tema es necesario ver quiénes son los dueños y cuáles son sus intereses.

Esos propietarios o son los Estados (Europa) en representación de los detentadores del Poder, o son los empresarios (Estados Unidos) quienes originalmente pensaron la TV como una forma de poner en el mercado todos los bienes que a veces producen y, a veces, negocian.

Y así, desde la visión del control social, se empezaron a construir los discursos: las noticias se relacionan con lo que favorece a los poderosos o lo que los daña, por eso si alguien se enfrenta a su forma de imponer sus leyes, su orden y sus intereses se convierte de inmediato en un guerrillero, un atacante o un terrorista. Por eso sus noticias deportivas trabaja la noción de la competencia y los triunfos se miden por las exorbitantes ganancias, y normalmente los atletas son objetos que se mercantilizan, se compran y venden, se intercambian y se desechan cuando ya no producen dinero.

Cuando se trata de entretenimiento, se promueven los valores neoliberales (egoísmo, individualismo, extracción de riqueza o prebendas, éxito personal) y aparecen los superhéores, los magnates bondadosos, los príncipes azules, los vengadores, y, principalmente, se naturaliza la existencia de los líderes, porque, para el Poder, las mayorías, llamadas masas, son incapaces de avanzar por sí mismas, son ovejas que requieren de sus pastores.

Y, obviamente, la educación informal, administrada como algo sin importancia, trabaja en la cabeza de quienes consumen televisión (igual que cualquier otro medio de difusión) y allí se imparten las lecciones: para obtener un puesto, un cargo, para ser feliz siendo una pieza del “maraviloso engranaje de la producción y el consumo”.

Por lo tanto, cuando esa televisión sube un cerro es porque hubo un deslave, y se van a contar los muertos, a hablar de los antisociales que habitan en las zonas marginales, o causar miedo a los ajenos y a fomentar el autoestigma (el pensar que son menos, incapaces, dependientes) entre los moradores de las zonas humildes.

En estos medios se presentan los problemas como un fenómeno natural, propio de la pobreza, como parte de la falta de educación formal, como la incapacidad de los sencillos para lograr encontrar algún camino diferente como sendero para resolver los conflictos y desencuentros.

En estos medios se hacen denuncias porque se sabe que no van a llegar a ningún lado, se emiten juicios y se implantan respuestas, e incluso se desprecia cualquier esfuerzo realizado por los externos al Poder.

Entonces, ahora al ver un programa de televisión transmitido por el canal del Estado que se llama La Otra TV, uno espera no ver más de lo mismo. Y ¡oh sorpresa!, resulta que los productores y comunicadores , aparte de engolosinarse con las chucherías tecnológicas inventadas por las naciones colonialistas, se conforman con hacer la denuncia, con mirar a los “personajes” que no son personas, y realizar propuestas audiovisuales con visiones y actores parcializados. Ahora las comunidades son víctimas, incapaces de dar soluciones, aguantadas para que papá Estado vaya a darle, e imposibilitada de generar una visión autocrítica más allá de eslóganes y frases hechas.

Si hay basura, seguramente el Alcalde no la arrojó. Y se autoniegan a revisar las experiencias donde las comunidades han avanzado en el diálogo, se han apropiado de los procesos, han diseñado mecanismos propios, y han encontrado respuestas y soluciones autogestionadas, corresponsables y participativas. Nos viene a la cabeza la experiencia de la comunidad organizada de José Félix Rivas, Petare, donde la gente, la Defensoría, la alcaldía y la empresa recolectora de basura se pusieron de acuerdo y comenzaron un proceso interesante, que tuvo éxito al principio, pero donde la falta de constancia y la no profundización de los procesos de corresponsabilidad dieron al traste con el experimento

Viendo los reportajes de La Otra TV, recordamos a un reportero que hace tres o más décadas tuvo un programa para que las comunidades contaran sus aportes, sus logros, sus búsquedas, sus alternativas pensadas y trabajadas desde el colectivo, en un canal de un conejito, teleonce o teletrece. No recordamos. En medio de una dictadura mediática, el profesional supo enfrentar al status quo y abordó una ventana hacia lo transformador, sin vergüenza y con un lenguaje distinto, capaz de romper esquemas.

Es necesario que quienes quieren saltar a la palestra mediática a tratar de hacer otra televisión, estudien, se formen, se dejen de frases clichés, respeten a la audiencia y a las comunidades, y se dediquen a romper los paradigmas, acción por cierto que va más allá de hacer malabarismos tecnológicos.

Un comunicador comprometido no discursea, trabaja. No es protagonista, es servidor. No es parcializado, muestra diferentes visiones así sean enfrentadas. Y, principalmente, apoya la autocrítica como una forma de educar a la audiencia y generar una acción acorde con las palabras pronunciadas. Un comunicador comprometido hace Otra Televisión, desde la gente, con la gente y por la gente.

 

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