De espalda a la batalla
Hace 43 años, cuando todas las fuerzas de la derecha mundial levantaron las armas contra el democrático y pacífico gobierno del camarada Allende, la mayoría se puso de espaldas a la batalla. Y durante un cuarto de siglo, la oscuridad reinó sobre las mayorías chilenas, las cuales aún conservan en su corazón un rincón oscuro donde sepultan sus miedos, sus temores, su incapacidad para pensar con sentido de justicia y equidad.
Ahora suenan los tambores de guerra contra nosotros. No es la primera gran batalla. Hemos perdido la cuenta. Sin embargo, después de tres años de la siembra del Comandante, la derecha mundial piensa que estamos débiles.
Débiles porque han logrado fomentar la idea que Maduro “no tiene experiencia”, percepción trabajada con epítetos como: maburro, el chofer, el hombre sin estudios, e incluso calificándolo como “colombianito”. Todos basados en prejuicios, manejados desde las redes sociales, y fundamentados en los resentimientos de una clase aspiracional, un eje transversal interclase, de quienes quieren ser lo que no son, de aquellos que desean tener el confort que los medios han vendido como la panacea universal que sólo merecen los triunfadores.
Pero eso no es lo triste. Resulta hasta lógico que una parte de la población se empeñe en vivir con los ojos cerrados, los oídos tapados y la boca dispuesta a repetir como loros. Son los que creen que pueden disfrutar de las migajas que caen de las mesas de los poderosos sin tener que pagar por ello.
Lo realmente triste es el accionar de los que se suponen están dentro de esta lucha por transformar el país. Son esas minorías que les gusta autollamarse “cuadros”, “élites dirigentes”, los grupos “pensantes”, y hasta automirarse como “líderes” sociales. Esos son los que están gritando que el Presidente no es apto.
Y, dentro de su mirada miope, evalúan que no se han podido domesticar las colas, ni controlar los precios, ni acabar con los corruptos, ni siquiera “subir el precio del petróleo”, y lo único que ha hecho Maduro es negociar con los empresarios y traicionar a los más pobres. Y digo que su mirada es miope porque Venezuela está dentro de una vorágine global, y hasta para hacer unos fósforos se requiere de insumos y equipos importados.
Lo importante de nuestro país, a los ojos del Poder mundial es el agua, las mayores reservas mundiales de hidrocarburos, las poderosas minas de oro, las de coltán o las de diamantes. Los que vivimos en estas tierras no contamos, somos prescindibles. Y el sistema económico mundial se ha ocupados de dos cosas: una, de evitar que desarrollemos la tecnología intermedia para procesar nuestros recursos naturales; y la segunda, garantizar que parte de nuestra población esté lo suficientemente alienada como para no entender ni ver cuál es el camino a su verdadera libertad.
De esta manera, hay que ser muy fuerte para no sucumbir ante las veleidades neoliberales: ante la estupidez programada, la vanidad del librepensador, el egoísmo consumista, y la cortedad para entender los procesos.
Esos están de espalda a la batalla. Una actitud asumida con la conciencia del avestruz que esconde la cabeza en un hueco para no tener que enterarse de lo que sucede a nuestro alrededor; están de espalda porque se niegan a reconocer que el conocimiento nos condiciona a ser servidores y no servidos; y porque sumarse a las bases nos obliga al anonimato o por lo menos nos aleja de las luces de la adulancia.
Resulta difícil para “los especiales” sentir que su palabra no es la única verdad. Eso le pasó al MIR chileno, y cuando vino a ver, lo habían diezmado tras una dictadura salvaje.
Son los mismos que ahora se ponen de espalda a la batalla, y no entienden que la prioridad no son ellos, sino un pueblo entero, el de ahora y las generaciones por venir. No es tiempo de personalismos e individualismos.
Es hora de sumarnos como un solo ser, en torno a un gobierno que fue electo por el voto popular, respaldando al presidente que tenemos, a Maduro, y poniendo hasta nuestro último aliento en la construcción de un socialismo a la venezolana, cimentado en el quehacer colectivo, en el bienestar de la mayoría, donde la corresponsabilidad sustituya a la representación cuartarepublicana.
Demos la vuelta y, como una unidad sólida, respondamos a una batalla que la derecha no debe ganar porque ni la ella ni el pueblo están dispuestos a perdonar nuestra veleidad personalista, egoísta y definitivamente idiota.