Efemérides

5 de julio de 1811: Hace 206 años Venezuela declaró su Independencia

Con la Declaración de Independencia de Venezuela, hace 206 años, se inició un largo proceso independentista que culminó en 1823.

El 5 de julio de 1811, el Congreso de Venezuela declaró de manera solemne su separación de España, mediante el documento conocido como Acta de la Declaración de Independencia.

En aquel entonces, representantes de las siete provincias pertenecientes a la antigua Capitanía General de Venezuela (Caracas, Barquisimeto, Cumaná, Barcelona, Mérida, Margarita y Trujillo) reunidos en la Capilla Santa Rosa de Lima, en Caracas, hicieron efectiva la separación de la Corona española y establecieron una nueva nación suramericana.

A través del texto de Independencia, Venezuela estableció los principios de igualdad de sus habitantes, la abolición de la censura y la libertad de expresión.

Dicha Acta consagró el principio constitucional y se opuso radicalmente a las prácticas políticas, culturales y sociales que habían sido impuestas durante los trescientos años que había durado el régimen colonial en la América. Hasta el 5 de julio de 1811 la máxima e indiscutible autoridad de Venezuela fue el Rey de España, a quien los lacayos locales obedecían, juraron lealtad y respeto.

Las siete de las provincias argumentaron su acción señalando lo funesto que significaba el hecho que, una pequeña Nación de Europa gobernara las grandes extensiones de América.

El Acta, redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi, fue aprobada el 7 de julio por todos los diputados de las siete provincias, que formaban la "Confederación Americana de Venezuela en el Continente Meridional", con la sola excepción del padre Manuel Vicente Maya, diputado por La Grita. Entre julio y hasta el 18 de agosto se estamparon todas las firmas de los representantes de las provincias.

Vientos de Independencia

El proceso independentista que condujo a aquel histórico día inició el 19 de abril de 1810, cuando el pueblo caraqueño reunido en la Plaza Mayor, se opuso al mandato del capitán general Vicente Emparan, y proclamó la independencia nacional como manifestación de la voluntad de liberarse del yugo español.

Emparan había sido nombrado por el hermano de Napoleón Bonaparte, José I de España, que se desempeñaba como rey de turno debido al derrocamiento del Rey Español, tras la invasión napoleónica en España.

En todo el 1810, a medida que se fue desarrollando las sesiones del Congreso, la idea independentista fue ganando adeptos. Entre los diputados que se oponían a la ruptura definitiva con la Corona Española, se encontraba el sacerdote de La Grita, Manuel Vicente Maya, quien pronto fue abrumado por los discursos de Fernando Peñalver, Juan Germán Roscio, Francisco de Miranda, Francisco Javier Yanez.

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Al referirnos al 5 de julio no debemos hablar del «Día de la firma del Acta de Independencia», ya que ese día, según historiadores, fue la Declaración de la Independencia de Venezuela.

De esta forma, el 19 de abril de 1810 hubo una proclamación "popular", mientras que el 5 de julio de 1811 esa proclamación se declaró formalmente mediante Acta.

Extracto del Acta de Independencia:

"En el nombre de Dios Todopoderoso, nosotros, los representantes de las Provincias Unidas de Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo, que forman la Confederación americana de Venezuela en el continente meridional, reunidos en Congreso, y considerando la plena y absoluta posesión de nuestros derechos, que recobramos justa y legítimamente desde el 19 de abril de 1810, en consecuencia de la jornada de Bayona y la ocupación del trono español por la conquista y sucesión de otra nueva dinastía constituida sin nuestro consentimiento, queremos, antes de usar de los derechos de que nos tuvo privados la fuerza, por más de tres siglos, y nos ha restituido el orden político de los acontecimientos humanos, patentizar al universo las razones que han emanado de estos mismos acontecimientos y autorizan el libre uso que vamos a hacer de nuestra soberanía.

Los congresantes manifiestan:

“Nosotros, pues, a nombre y con la voluntad y la autoridad que tenemos del virtuoso pueblo de Venezuela, declaramos solemnemente al mundo que sus Provincias unidas son… Estados libres, soberanos e independientes y que están absueltos de toda sumisión y dependencia de la Corona de España o de los que se dicen o dijeren sus apoderados o representantes …”.

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Firmantes en el Acta de la declaración de Independencia:

Provincia de Caracas: Isidro Antonio López Méndez, Juan Germán Roscio, Felipe Fermín Paúl, Francisco Xavier Ustariz, Nicolás de Castro, Fernado de Peñalver, Gabriel Pérez de Pagola, Salvador Delgado, El Marques del Toro, Juan Antonio Días Argote, Gabrilel de Ponte, Juan José Maya, Luis José de Carzola, José Vicente Unda, Francisco Xavier Yanes, Fernando Toro, Martín Tovar Ponte, José Angel de Alamo Francisco Hernández, Lino de Clemente, Juan Toro.

Provincia de Cumaná: Francisco Xavier de Mayz, José Gabril de Alcalá, Juan Bermúdez, Mariano de la Cava.

Provincia de Barinas: Juan Nepomuceno de Quintana, Ignacio Fernández, Ignacio Ramón Briceño, José de la Santa y Bussy, José Luis Cabrera, Ramón Ignacio Méndez, Manuel Palacio.

Provincia de Barcelona: Francisco de Miranda, Francisco Policarpo Ortiz, José María Ramírez.

Provincia de Margarita: Manuel Plácido Maneiro

Provincia de Mérida: Antonio Nicolas Briceño, Manuel Vicente de Maya.

Provincia de Trujillo: Juan Pablo Pacheco.

Venezuela fue el primer país de Iberoamérica que declaró su independencia,  con lo cual se acrecentó la tendencia independentista en la región. Simón Bolívar, el Libertador, además de ser protagonista central de estos eventos en nuestro país, contribuyó también de manera histórica y decisiva a lograr la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú.

El Supremo Congreso de Venezuela

La Junta Suprema de Caracas, también llamada Junta Conservadora de los derechos de Fernando VII, había resuelto, el 11 de junio de 1810, convocar la formación de un cuerpo legitimado mediante la consulta al pueblo, con el objetivo inicial de solventar el asunto de la soberanía, a la que habían renunciado Carlos IV y Fernando VII, en las abdicaciones de Bayona, a favor de Bonaparte. Ello se lograría por medio de la convocatoria a elecciones provinciales. Las votaciones se harían efectivas entre octubre y noviembre de 1810 en los diferentes rincones de la antigua Capitanía General de Venezuela, exceptuando las provincias de Coro, Maracaibo y Guayana, que se encontraban aún bajo los designios del domino español. Resultarían electos 44 diputados, 24 por la provincia de Caracas, 9 por Barinas, 4 por Cumaná, 3 por Barcelona, 2 por Mérida, 1 por Trujillo y 1 por Margarita.

El sábado 2 de marzo de 1811 se llevó a cabo la sesión inaugural que instaló al Supremo Congreso de Venezuela en la ciudad de Caracas, a la que concurrieron 30 de los diputados electos. El acto tuvo como lugar la casa del Conde de San Javier, hoy esquina El Conde.

Solemnemente, los porteros que cuidaban la entrada del recinto anunciaban la llegada de cada uno de los diputados, quienes eran recibidos por un canciller y un maestro de ceremonia, para luego tomar asiento según el orden de presentación. Igualmente, dos Heraldos, junto a las puertas del salón, custodiaban a los presentes. El nombramiento de un Presidente Provisional antecedió a los oficios sagrados en la Catedral de Caracas, para jurar ante Dios los términos con los cuales se regirían el nuevo poder político en Venezuela.

En la iglesia, el Arzobispo Narciso Coll y Pratt, llegado de España en julio de 1810 y solapado defensor de la monarquía, oficiaría una misa donde en alta voz, invitaría al grupo de diputados a tomar el siguiente juramento:“¿Juráis a Dios por los Santos Evangelios que vais a tocar, y prometéis a la Patria conservar y defender sus derechos y los del Señor Don Fernando VII, sin la menor relación, o influjo con la Francia; independientes de toda forma de gobierno de la península de España y sin otra representación que la que residen en el Congreso General de Venezuela; oponeros a toda otra dominación que pretendiera ejercer soberanía en estos países, o impedir su absoluta y legítima independencia cuando la Confederación de sus Provincias la juzgue conveniente?” Este juramento, redactado en el seno del Congreso, revelaba ya la ambigüedad del momento en que se iniciaba la vida de aquel cuerpo deliberante “defender los derechos de Fernando VII” no parecía contradecirse, para ellos, con la “absoluta y legítima independencia” de Venezuela.

Luego de que los diputados presentes en la Catedral afirmaran con un unánime “Sí juramos”, se ejecutaría un Te Deum, y a golpe de repiques y de salvas se daría culminación al acto solemne. Quedaba así concluida la instalación inaugural en que se hacía reconocible al Congreso como la primera autoridad pública venezolana, relevando en el poder a la Junta Suprema de Caracas.

Un club a la francesa

Se dice que el joven mantuano Simón Bolívar viajó a Londres en 1810, en la primera misión diplomática de Venezuela en el extranjero, gracias a que ofreció financiar de su propio peculio, y la Junta Suprema no tenía fondos, los gastos de la misión. El joven Bolívar no inspiraba confianza suficiente en las autoridades y se decidió acompañarlo con Luis López Méndez, de probada capacidad. El mismo Bolívar propuso al ilustrado joven Andrés Bello como Secretario de la Comisión.

López Méndez no retornaría a Caracas por el momento, convirtiéndose en el permanente agente diplomático de la República en Londres; Andrés Bello se quedaría leyendo los inconmensurables volúmenes de la biblioteca de Miranda, mientras que Bolívar y Miranda regresarían a Caracas, en navíos distintos, pero ambos se hallarían bajo la sombra del Ávila en diciembre de 1810.

Francisco de Miranda, había sido durante mucho tiempo objeto de una demoledora campaña difamatoria por parte de las autoridades monárquicas en Venezuela, y contaba con la desconfianza de buena parte de la clase mantuana. Sin embargo, pese a haber sido calificado de “agente de los ingleses” o de “ateo y hereje”, fue aclamado por la multitud a su llegada a Caracas.

Muy bien debía conocer Miranda aquellos clubes políticos de la Revolución Francesa donde la discusión de ideas hacía derroches de elocuencias y entusiasmo. A ejemplo de ellos, la Sociedad Patriótica, agrupó a las principales cabezas del 19 de abril de 1810, debatiendo y propugnando la necesidad de la independencia en Venezuela. Para 1811, Miranda, como muchos otros de los socios, pertenecía al mismo tiempo a la Sociedad Patriótica y al Supremo Congreso, como diputado electo por El Pao.

En un comienzo, la Sociedad se congregaba los martes, jueves y sábados, en reuniones que abarcaban desde las 8 a las 11 de la noche. Asistían a ellas personas de toda condición, blancos, mulatos, negros e indios. Para la inicial sorpresa de la provinciana Caracas, también comenzaron a asistir mujeres de todas las clases sociales. Al concluir las sesiones, “salía esta mezcla de hombres y mujeres —narra un testigo anónimo— por las calles con grande alboroto y escándalo, todo lo que sufría y disimulaba el Gobierno por no poderlo remediar; pues al fin la Sociedad Patriótica se componía de la mayor parte de la república toda armada, y sólo dejaba de comprender en su seno a los que eran conocidos con el connotado de Godos que se tenían por desafectos y opuestos al sistema de independencia.”

La primera organización de un Estado

Desde de la propia tarde del 2 de marzo de 1811, los diputados Felipe Fermín Paúl y Mariano de la Cova, presidente y vicepresidente respectivamente, en compañía del secretario Miguel José Sanz y el subsecretario Antonio Nicolás Briceño, conformarían la máxima facultad dentro del Supremo Congreso de Venezuela. Cuando menos cuatro horas al día, y sin interrupciones, salvo los días feriados, los representantes que integraron el orgulloso Congreso se reunían para proponer, discutir y aprobar la creación de los nuevos organismos de Estado. El 5 de marzo, fue designado un Poder Ejecutivo que conformarían tres ciudadanos eminentes, quienes se turnarían en la presidencia por períodos semanales.

Cristóbal Mendoza, Juan de Escalona y Baltasar Padrón, serían los primeros seleccionados para ocupar las máximas magistraturas. Dentro de este primer gabinete, el licenciado Miguel José Sanz ocuparía la Secretaría de Estado, Guerra y Marina; el diputado José Domingo Duarte estaría en Hacienda, Gracia y Justicia; Carlos Machado y José Tomás Santana se desempeñarían en la Cancillería y en la Secretaría de Decretos respectivamente.

El propio Congreso daría sinceras muestras de democratismo al brindar apertura pública a sus sesiones, induciendo a la ciudadanía a un cierto grado de participación parlamentaria. A mediados de abril el Congreso podía expresar “…y a pesar de que las más de las sesiones son públicas a fin de que los ciudadanos sean espectadores del interés con que los Representantes del Pueblo discurren y sostienen sus derechos; conviene, no obstante, que en los lugares distantes de esta Ciudad, se instruyan también sus vecinos de las materias y asuntos que ocupan al Congreso, y de las decisiones que se acuerden…”

Entre los meses de marzo y junio, los representantes del pueblo establecerían una Alta Corte de Justicia, así como una Junta de Arbitrios, que se encargaría de aumentar las rentas del Estado; crearían un Tribunal de Apelaciones y otro de Municipalidades, comisionado de las funciones policiales. Sin embargo, dichas deliberaciones y decisiones demoraban un asunto que impacientaba con desenfreno a la opinión pública de los caraqueños, en especial la de los jóvenes más radicales que conformaban la Sociedad Patriótica, incluyendo entre ellos al vetusto pero animoso Miranda, y dicho asunto no era otro que la Independencia absoluta de Venezuela.

Las vacilaciones de la Libertad

La demora en aprobar definitivamente la autonomía nacional por parte del Supremo Congreso, causaría un ambiente de tensión que desbordaría pasiones encontradas entre éste y la Sociedad Patriótica. Aunque la mayoría de los parlamentarios apoyaba sin duda la Independencia, surgían a la hora de las deliberaciones muchas vacilaciones que iban postergando aquella tan urgida decisión.

Las principales dudas eran, según analiza el historiador venezolano José Gil Fortoul: “¿Qué suerte correría la lucha nacionalista en la Península contra la invasión extranjera? ¿Cuál sería la actitud definitiva de Inglaterra respecto de las nuevas Repúblicas hispanoamericanas? ¿Las reconocerían en seguida los Estados Unidos? ¿Cómo de iba a formar el ejército venezolano para la inevitable guerra con la Metrópoli? ¿Y dónde proveerse de armas? ¿Guerra también contra [Coro, Maracaibo y Guayana] para obligarlas a incorporarse [a la República]?”

Detenía también al naciente parlamento la indecisión sobre la mejor forma política para la futura república, el centralismo o el federalismo que daban a imitar los Estados Unidos. Además, pesaba en el ánimo de algunos diputados el hecho de que se hubiera jurado fidelidad a Fernando VII durante los sucesos de abril del año anterior.

“Vacilar es perdernos”

Los acontecimientos se precipitaron el 3 de julio, cuando Juan Antonio Rodríguez Domínguez, presidente del Congreso, manifestó que ya era “el momento de tratar sobre la Independencia absoluta”. De inmediato se sucedieron las expresiones a favor, José Luis Cabrera, Mariano de la Cova, Martín Tovar Ponte, Fernando Peñalver, Francisco Hernández, José María Ramírez, José Ángel de Álamo, Francisco de Miranda, entre otros, se pronunciaron decididamente por ella.

Pero el presbítero Juan Vicente Maya, diputado por La Grita, manifestó su oposición, haciendo resaltar las dudas ya mencionadas. Desde las barras, las voces más extremistas de la Sociedad Patriótica, entre ellas Bolívar, Vicente Salias y Coto Paúl, abuchean la alocución del presbítero Maya. Miranda y Roscio protestan contra Maya; el presbítero Ramón Ignacio Méndez, también opuesto a la Independencia, exige el respeto de la libertad parlamentaria. Estalla una trifulca en el hemiciclo, que tarda en ser controlada por la presidencia.

Seguidamente Francisco Javier Yanes trató de minimizar los obstáculos opuestos por Maya con una larga y enfática disuasión. Pero Juan Germán Roscio expresó su inquietud sobre el asunto de Coro, Maracaibo y Guayana, ¿cómo decidir sin ellos? Entonces Yanes replicó que la necesidad de la declaratoria se imponía a toda consideración de parcialidad. Miranda vino a reforzarlo. A pesar de todo, la sesión terminó sin decisión alguna.

Esa misma noche, en los espacios de la Sociedad Patriótica, Simón Bolívar pronunciaría su primer discurso conocido “Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política de España. ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos decididos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! Trescientos años de calma, ¿no bastan? la Junta Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a la Junta Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos.”

Se decidió, por petición del mismo Bolívar, dirigir al Congreso un documento expresando estos sentimientos.

“Ya tenemos patria, ya tenemos libertad…”

La sesión del 4 de julio fue mucho más discreta, pues se decidió hacerla en secreto. Sólo se hizo pública un momento para otorgar el derecho de palabra a una comisión de la Sociedad Patriótica, “sin el carácter de diputación de cuerpo, de que carece la Sociedad”. Luego los diputados volvieron a recluirse. Al final de las deliberaciones se dispuso consultar, y darle la última palabra antes de decidir, al Ejecutivo, primer responsable de la seguridad del Estado.

La mañana del 5 de julio de 1811, el Presidente del Congreso comunicaba en sesión pública la posición del Ejecutivo a favor de la Independencia. Inmediatamente, nuevos diputados pronunciarían sus argumentos en contra de las indecisiones de ciertos representantes, mientras que otros, antes opuestos, cambiaban de opinión a favor de la emancipación. En pocas horas, efectuadas las votaciones, y teniendo al presbítero Maya como único opositor, el Supremo Congreso declararía, a las tres horas de la tarde, la absoluta independencia de Venezuela.

El júbilo estalló en las barras, ocupadas no sólo por la Sociedad Patriótica sino también por el pueblo asistente, a los gritos de “¡Viva la Patria!”, “¡Viva la Libertad!”. Una manifestación de ciudadanos, a cuya cabeza figuraban Miranda y Francisco Espejo, salió a las calles entre toques de tambores y repiques de campanas, y se dirigió al Palacio Arzobispal, a fin de invitar al arzobispo Coll y Prat a alegrarse por la Independencia. Miranda tremolaba en sus manos el pabellón tricolor que en los días siguientes sería adoptado como insignia de la nación.

En sesión vespertina, el Congreso ordenó redactar el Acta de Independencia de Venezuela, a manos del diputado Juan Germán Roscio y del secretario Francisco Iznardi. Ésta fue discutida y aprobada en sesión el día 7 y refrendada por el Ejecutivo el día 8. Entonces comenzó a ser estampada con las firmas de los 41 diputados hasta mediados del mes.

El 14 de julio el Acta se publicó por bando, en medio de una ceremonia en la que izaron la bandera de la Venezuela independiente los dos hijos del prócer José María España, ejecutado por las autoridades monárquicas en el mismo lugar, la Plaza Mayor, doce años antes.

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